jueves, 23 de julio de 2009

Clamemos Más por Nuestra Patria

Este es un excelente artículo que fue escrito por nuestro hermano Abelardo. Espero que los inspire a seguir clamando por nuestra ciudad y País:

Al leer la sección de “Opinión” del Diario de Juárez este último Domingo 12 de julio, me sorprendió sobremanera el hecho de que los autores de tres diferentes artículos coinciden, de manera notable, en su análisis de las deplorables condiciones de violencia e inseguridad en las que vivimos, y en su señalamiento de uno de los factores que más contribuyen a propiciar esta terrible ola de criminalidad que nos agobia.

En referencia al homicidio de los dos miembros de la comunidad mormona de Galeana, ocurridos la semana pasada, el primer artículo expresa lo siguiente: “El artero asesinato del activista mormón Benjamín LeBarón es indicativo …. De los tentáculos tan largos con que se mueve el crimen organizado y, sobre todo, de la impunidad retadora con que desarrolla sus actividades, comete sus atrocidades y se burla de los cuerpos de seguridad en sus propios ojos.” Este artículo concluye afirmando que Benjamín LeBarón se ha convertido en un mártir de la impunidad, y preguntando “¿Cuántos Benjamines más será necesario que caigan para que nuestros gobiernos se movilicen, se organicen,… y le planten oposición real a la delincuencia organizada?”

Un segundo artículo señala que “A Benjamín lo mataron los mismos que han cobrado la vida de otros tres mil chihuahuenses en tan sólo los dos últimos años. Es la impunidad el cáncer que consume nuestras libertades, y parece que no hay voluntad de cortar el mal.” Luego el autor nos exhorta a mantener la lucha de la dignidad contra el descaro de los delincuentes y contra la apatía de las autoridades. “Nada nos repone las vidas que se han perdido –agrega el autor—pero esa certeza no tiene por qué sofocar la exigencia. No podemos acostumbrarnos a esta violencia, ni cometer el error de ver estas cosas como una normalidad.” El artículo termina llamándonos a exigir a nuestras autoridades el esclarecimiento de los crímenes grandes, pero también de “la infinidad de pequeños eventos que ocurren todos los días y van conformando la avalancha de impunidad que nos sepulta.”

El autor del tercer artículo, haciendo alusión a la arrolladora ola de terror a la que nos encontramos sometidos, dice haber buscado y rebuscado en el pasado de nuestra nación algún precedente similar, y afirma que “ni aún las tradicionales gavillas de bandoleros que asolaron los caminos nacionales hasta los años noventa del siglo XIX, alcanzaron el poderío, la audacia y el grado de impunidad con los que se desempeñan las bandas criminales de nuestros días.” Luego procede a refutar las afirmaciones del líder de la Cámara de Diputados y del propio Presidente de la República en el sentido de que aun no existe en México una situación de ingobernabilidad, con preguntas como estas: ¿Cómo se le llama al hecho de que veinte asesinos puedan tomar venganza contra dos ciudadanos indefensos que habían alzado la voz contra las extorsiones y los secuestros, en las mismas narices de soldados y policías? ¿Cómo se le llama a la comisión de homicidios a granel cada semana, en pueblos y ciudades? ¿Y a la impunidad generalizada? ¿Y a la diaria asechanza de los asaltantes que pueden aparecer en cada casa, en cada esquina, en cada cajero automático? Etc. etc.


Es por demás obvio que para los autores de estos tres artículos, y para muchos otros analistas y comentaristas de la problemática nacional, la gravedad de la crisis delictiva actual es tan severa que no tiene precedente histórico, y que en varias poblaciones tanto de nuestro estado como de otras entidades, ya presenta evidencias irrefutables de lo que en esencia constituye una situación de ingobernabilidad. Independientemente de que estemos o no de acuerdo en usar esta palabra para describir las condiciones presentes, considero que la primera pregunta que nos debemos hacer los cristianos es esta: ¿Estamos igual de concientes que los analistas y escritores seculares, en cuanto al nivel de gravedad de la crisis delictiva que nos rodea? Todos ellos advierten, y creo que con bastante precisión, que lo que estamos viviendo es un cáncer de impunidad que continúa extendiéndose lenta e inexorablemente sobre el territorio nacional. Y lo que inevitablemente le ocurre a todo organismo infectado de cáncer y no atendido, indudablemente le está ocurriendo a nuestra nación, debilidad, descomposición y finalmente muerte o destrucción. Que Dios nos conceda la capacidad necesaria para percibir la verdadera magnitud del mal que padecemos, pues sería realmente trágico que personas que no profesan una conversión genuina al cristianismo, tuvieran una mayor capacidad para discernir las señales de los tiempos que vivimos, que los creyentes.

La segunda pregunta obligada para los que creemos en el Único, Soberano y Todopoderoso Dios, y bajo el supuesto de que sí estamos concientes de estar sufriendo la peor crisis delictiva de la historia de nuestro país, es: ¿Qué efecto ha tenido en nosotros, y que estamos haciendo al respecto? Para todo verdadero creyente sería no sólo lamentable, sino inaceptable, o más aún, hasta reprobable, que se percatara de la tragedia social que nos abruma, y no fuera profundamente impactado, conmovido e impulsado a hacer algo al respecto. Quizá sea algo pequeño pero importante, como el practicar y promover una cultura de legalidad a título personal, cambiando hábitos que no son otra cosa más que impunidad en pequeña escala, tales como cruzar los semáforos en rojo, estacionarnos en lugares prohibidos, comprar artículos piratas, etc. Sólo así podremos combatir y dejar de fomentar ese infame cáncer de la impunidad en mayor escala.

Y la tercera pregunta, también bajo el supuesto de que la crisis actual no solo nos afecta y nos desconcierta, sino que además nos duele y nos impulsa a actuar, es: ¿Sabemos cuál debe ser, de acuerdo a lo que nos enseña la Palabra de Dios, nuestra más alta prioridad o nuestra ocupación primordial o nuestra tarea principal, para contribuir a que ocurra un cambio auténtico, profundo y permanente en todo México? Basta con abrir las Escrituras para comprobar que la respuesta categórica a esta pregunta es clamar. Aun los autores seculares nos dan el ejemplo, pues eso es precisamente lo que están haciendo por medio de sus artículos; están clamando y hasta reclamando a las autoridades y a la sociedad en general, con el fin de lograr que alguien escuche su clamor y haga algo al respecto, o al menos se sume a las voces que se atreven a levantar dicho clamor. Y lo hacen con denuedo, fervor y perseverancia, porque saben que la razón está de su lado, aun cuando están concientes de que claman ante instituciones y/o personas finitas, falibles y fluctuantes.

¿Estamos nosotros clamando con el mismo denuedo, fervor y perseverancia, motivados por la gloriosa realidad de que nosotros elevamos nuestro clamor ante un Ser infinito, infalible e inmutable, y que además posee todo el poder, toda la sabiduría y nos ama con amor eterno? ¿Estamos clamando por México más que antes de que surgiera esta crisis? ¿Estamos clamando más de lo que perdemos el tiempo en vanidades y trivialidades? ¿Estamos clamando más porque hemos decidido obedecer el mandato y creer la promesa que Dios nos da en el Salmo 50:15 donde nos dice, “E invócame (clama) en el día de la angustia; te libraré y tú me honrarás.”? ¿Qué esperamos para hacerlo?

Que Dios nos perdone por toda nuestra indolencia, negligencia o indiferencia ante la desgracia que nos aqueja, y que nos mueva a todos a clamar conforme a Su voluntad. Y creo que por simple lógica, la voluntad de Dios es muy clara, pues si estamos viviendo bajo condiciones de crimen y violencia que nunca antes habíamos vivido como nación, indudablemente debemos clamar a Dios como nunca antes lo habíamos hecho. Clamar en la Biblia significa levantar la voz ante Dios, y suplicar por su ayuda o intervención en situaciones de verdadera emergencia. Esto es exactamente lo que estamos viviendo, y por lo tanto debemos clamar ante nuestro Dios Todopoderoso, tanto a nivel individual como colectivo, en obediencia a 2Crónicas 7:14: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren (clamaren), y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.”

¿Qué estamos esperando? Empecemos ¡hoy mismo!

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